Lo que quieras

Huele a salitre hoy la luna de este cielo oscuro y se enredan todas las estrellas en los flecos de tus mantas. Algún hilillo suelto te asoma en lo alto de tu pecho, aquel que arrancaron de golpe del rumor de tus mareas chocando en la parte alta de mis montañas, donde subía yo a escuchar silbar al viento, a tumbarme boca arriba y oír latir lo que quedaba de mi alma.
Se está pudriendo la madera de los molinos, que ni el ron ni el agua añeja, consiguen resucitar, con su movimiento circular, como la cajita de música de tu voz, como tu dedo en mi espalda. 
Suena el silencio en los poros de mi piel, y repite a gritos sin embargo el algodón de mis sábanas, el mantra de tu mano en mi pelo anudando noches en vela, encallando barcos pirata.
Grita el pulso que ya basta, la tensión en mis músculos agarrotada. Te encuentro si miento. Te busco a tientas en aquel sitio de mi yo oscuro del que nunca vuelvo ilesa. En el pasado, en el dolor, en las canciones de cuna, en los besos sanadores y en los cigarros a medias. Me abrigo con las horas muertas, con el vacío existencial, con el fantasma de quien no está y aún no se ha ido. Recubro mi cuello con los kilómetros de besos puestos en fila, con el café de las mañanas en las que contigo amanecí, con las notas de jazz de algún saxo que agoniza en el frío invierno de tus pies descalzos.
Recuerdo sin esfuerzo tus manos enrolándose en mi causa. Desabrochando los botones que aún vivos quedaban. Mi vida en tu palma. Mi vida enquistada en mí misma y yo tratando de sacarla y consagrarla a unos labios que me llaman y me pierden. Que me nublan en días de sol. Qué perdida estaba, enamorada de tus solos de guitarra, de tus manos estrujando lo que es mío.
Esculpes los cristales de escarcha que aún quedan sobre mi pelo, y yo te doy la mano sin mirarte apenas a los ojos donde sólo veo noche. Cielos grises. Aludes blancos. Garitos vacíos. Nieblas espesas. 
¿Dónde has escondido las flores de aquella primavera que murió en verano? Sé de sobra que no te has atrevido a deshojar las rosas. Dime donde guardas las distancias cortas, las viejas varas de medir. Dime si quemaste en la hoguera algunas fotos que ya no te hacían sonreír. Si alumbró la llama ardiente tu camino, si borró aquel soplo, el rastro que trataste de evitar. Si marcharon las cenizas de nuestros volcanes en erupción, de nuestros versos más largos, de los sonetos en braille. Dime si aún se escucha mi nombre en el eco de tu voz, en el polo más oscuro y gritas para que yo pueda escuchar tu voz temblando como un niño con miedo.
Duérmete temprano y amenece de mi mano en aquella esquina hiriente en la que hace ya dos años se desangró mi corazón, dejando solo un cuerpo inerte, ahogándome en aquello que nunca te dije, en los besos que faltaron aún por darnos, en los sueños que quedaron por cumplir. 
Se me atasca París en la garganta cuando aún siento que te quiero. Se vuelven en mi contra los minutos de ventaja, los deseos concedidos.
La noche está apunto de apagarse, así que bésame y haz conmigo, puto recuerdo, lo que quieras.

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