Hablando del pasado.
El tiempo que pasa . El teléfono que suena . Los coches que pitan. El sol que se esconde sin esperar que las farolas se enciendan. La luna que no se asoma. Unas llaves que chocan. Unas zancadas largas que retumban en un lugar lejano. La música del vecino de arriba. Un perro que ladra. Un niño que llora. Una flor que muere. El mundo sigue viviendo. Las cosas siguen sucediendo y yo no entendía como podía ocurrir algo así. Cómo la vida no se había detenido a dirigir su pérdida. Cómo la Luna no se había muerto de tristeza. Cómo no te había llorado el Sol. Un día de lluvia en el que las gotas no decían nada. Ni siquiera sabía que llovía, aunque estaba empapada, destrozada, como si la lluvia hubiese penetrado hasta mis huesos, pero no era eso lo que dolía. Un silencio escondido en el ruido de la vida, que para mí, ya ni era vida ni era nada. Y me acuerdo como si hubiese sido ayer como quería quitarme la vida; como quería acompañarte a dónde tú fueras.
Saqué un cigarro del abrigo y lo encendí con el mechero con el que quemamos aquella vez las cartas que le escribimos al viento, mientras veía cómo se consumía sin pegarle ni una sola calada.
Me acuerdo cuando fumaba a escondidas porque decías que no debía hacerlo. Aún recuerdo tu voz diciéndome que no lo hiciese, y a mí me gustaba que te preocupases por mí. Y cuando me decías que cambiase los cigarros por besos tuyos y te contesté que eso era una práctica mucho más insana, y te reíste; me perseguiste por toda la casa hasta que me diste alcance y me torturaste con un montón de cosquillas y besos.
Sólo recuerdo que hacía frío, que no podía parar de pensar en ti y que me daba igual lo que la gente pensara, ni siquiera me daba cuenta de que estaba andando hacia casa, sin saberlo. Un camino que antes recorría feliz, y ahora lo recorría de memoria, con un único pensamiento: Él.
Llegué a mi portal, y saqué las llaves del abrigo. No llevaba bolso. Metí la llave en la cerradura. Estaba fría y mojada, se me resbaló de las manos y el manojo de llaves se me cayó al suelo. Las llaves sonaron fuertemente al caer, pero yo no las oí. Me agaché a recogerlas, y me quedé en el suelo junto a ellas. Llorando como una niña. Y me sentí como esa cerradura que se había quedado sin esa perfecta unión con la llave, sin su pieza del puzle, sin su beso, y había visto inmóvil, cómo su llave, cómo quien tenía el poder de abrir todas las puertas, había caído.
Algo, no sé, ni supe en aquel momento qué fue, me armó de fuerzas, no demasiadas, pero si las suficientes como para coger las llaves , abrir el portal, y subir a casa aunque nadie me esperara arriba. La misma fuerza que me ayudó a estar hoy aquí. Cada escalera, era un abismo. El corazón se me salía por la boca, como queriendo huir, no era igual como cuando te veía, que latía fuerte, tan fuerte que hacía ruido, y tú lo oías y pensaba que me moría de vergüenza, ingenua de mí, pensando que eso era morir...
Saqué un cigarro del abrigo y lo encendí con el mechero con el que quemamos aquella vez las cartas que le escribimos al viento, mientras veía cómo se consumía sin pegarle ni una sola calada.
Me acuerdo cuando fumaba a escondidas porque decías que no debía hacerlo. Aún recuerdo tu voz diciéndome que no lo hiciese, y a mí me gustaba que te preocupases por mí. Y cuando me decías que cambiase los cigarros por besos tuyos y te contesté que eso era una práctica mucho más insana, y te reíste; me perseguiste por toda la casa hasta que me diste alcance y me torturaste con un montón de cosquillas y besos.
Sólo recuerdo que hacía frío, que no podía parar de pensar en ti y que me daba igual lo que la gente pensara, ni siquiera me daba cuenta de que estaba andando hacia casa, sin saberlo. Un camino que antes recorría feliz, y ahora lo recorría de memoria, con un único pensamiento: Él.
Llegué a mi portal, y saqué las llaves del abrigo. No llevaba bolso. Metí la llave en la cerradura. Estaba fría y mojada, se me resbaló de las manos y el manojo de llaves se me cayó al suelo. Las llaves sonaron fuertemente al caer, pero yo no las oí. Me agaché a recogerlas, y me quedé en el suelo junto a ellas. Llorando como una niña. Y me sentí como esa cerradura que se había quedado sin esa perfecta unión con la llave, sin su pieza del puzle, sin su beso, y había visto inmóvil, cómo su llave, cómo quien tenía el poder de abrir todas las puertas, había caído.
Algo, no sé, ni supe en aquel momento qué fue, me armó de fuerzas, no demasiadas, pero si las suficientes como para coger las llaves , abrir el portal, y subir a casa aunque nadie me esperara arriba. La misma fuerza que me ayudó a estar hoy aquí. Cada escalera, era un abismo. El corazón se me salía por la boca, como queriendo huir, no era igual como cuando te veía, que latía fuerte, tan fuerte que hacía ruido, y tú lo oías y pensaba que me moría de vergüenza, ingenua de mí, pensando que eso era morir...
Y nuestra historia ? Dónde está? Y nuestro aniversario cada jueves ? Y todo lo que te quiero? Te quiero!
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