Míranos.
Quiero hablarte de lo que tengo en frente. De ti, de mí, de nosotros dos. De lo que siento y de lo que he sentido. Quiero decirte todo lo que he callado. Todo lo que ya te he dicho. Todo lo que en tus labios he leído, y en tus ojos he intuido. A veces la vida se pone difícil, y la corriente es demasiado fuerte como para nadar en contra. Otras, el viento soplaba a mi favor, y me llevaba junto a ti, como una semilla de polen soñando con llegar a tierra fértil y germinar. A veces me bajabas la luna, sólo cuando estaba nueva, y decías que a mi lado todo se llenaba. Todo tenía sentido. Y ahora míranos. Sentados en el banco de siempre donde se acababan los días y empezaban otros mejores. Donde Neruda cantaba desesperado y tú recitabas poemas, los veinte. Sentados por donde antes el viento no pasaba y ahora nos despeina, donde tu boca peleaba con la mía. Y ahora míranos. Por favor, míranos ahora.
No sé que ha pasado, no sé qué estrella se ha pagado, no sé a qué Dios hemos enfurecido ni a qué animal hemos herido. Pero Cupido cumple condena por este error de cálculo, y yo. Las drogas del amor no duran eternamente, son como un reloj con ganas de dar vueltas, de sumar horas, de ponerte canas y arrugarte la piel. Pero un día, que pocos valientes relatan, la luna se te escapa de entre las manos y sube alto, muy alto, de donde nunca debió bajar. Y los bancos se quedan vacíos en invierno. Y el sol está más cerca, pero más triste. Y no sabes que ha pasado. Si es sólo un mal invierno, que tú corazón no inverna, o si es la edad de hielo que ha llegado. Y te pasas la vida buscando esa llama que te haga revivir todos los momentos que han pasado, que he pasado a tu lado, pero son cenizas ya, y te das cuenta de repente, que es el primer porro de tu vida el que de verdad coloca y desordena, que es sólo una llama la que quema, y que entre las cenizas de lo que un día fuimos y juntos nos fumamos, quedan las ascuas de lo que un día queremos llegar a ser.
Míranos ahora. Nos hemos amado como dos locos sin fronteras. Sin reglas. Debajo de los puentes y sobre ellos. En vertical, en horizontal. Hasta en oblicuo. Míranos y piensa, en que universo estamos todavía comiéndonos la boca, sonriendo y de la mano. Míranos y júrale a Bécquer, el regreso de las oscuras golondrinas, que suspiras para dentro, y el bosque de flores sobre el volcán. Dile que mis pupilas ciertamente son azules, pero que se equivocó en todo lo demás. Porque aún te miro y tiemblo. Porque vuelvo a veces al baúl de los recuerdos, y se me empaña el alma. Míranos y huye, porque eso es lo que hacemos. Corremos de nuestro destino, que nos persigue, pero tú sólo corres si es detrás mía, y quiero que me alcances y me expliques porque la vida nos dio caminos tan dispares. Tan lejanos. Y cuéntame también porque te tengo en frente y siento que no ha pasado el tiempo. Que se detienen los segundos si queremos esta noche. Y yo te beso. Míranos y cuenta los centimetros que no existen, los besos que no nos dimos, las ganas que no resisten, los días que no contamos. Y corre, corre contra todo, lo que se te ponga por delante. Y embiste. Embiste los problemas que nos vengan, los obstáculos que nos detengan. Y destruye, destruye los miedos que aparezcan, el mal de las alturas y reconstruye. Sonríe, y luego, míranos.
No sé que ha pasado, no sé qué estrella se ha pagado, no sé a qué Dios hemos enfurecido ni a qué animal hemos herido. Pero Cupido cumple condena por este error de cálculo, y yo. Las drogas del amor no duran eternamente, son como un reloj con ganas de dar vueltas, de sumar horas, de ponerte canas y arrugarte la piel. Pero un día, que pocos valientes relatan, la luna se te escapa de entre las manos y sube alto, muy alto, de donde nunca debió bajar. Y los bancos se quedan vacíos en invierno. Y el sol está más cerca, pero más triste. Y no sabes que ha pasado. Si es sólo un mal invierno, que tú corazón no inverna, o si es la edad de hielo que ha llegado. Y te pasas la vida buscando esa llama que te haga revivir todos los momentos que han pasado, que he pasado a tu lado, pero son cenizas ya, y te das cuenta de repente, que es el primer porro de tu vida el que de verdad coloca y desordena, que es sólo una llama la que quema, y que entre las cenizas de lo que un día fuimos y juntos nos fumamos, quedan las ascuas de lo que un día queremos llegar a ser.
Míranos ahora. Nos hemos amado como dos locos sin fronteras. Sin reglas. Debajo de los puentes y sobre ellos. En vertical, en horizontal. Hasta en oblicuo. Míranos y piensa, en que universo estamos todavía comiéndonos la boca, sonriendo y de la mano. Míranos y júrale a Bécquer, el regreso de las oscuras golondrinas, que suspiras para dentro, y el bosque de flores sobre el volcán. Dile que mis pupilas ciertamente son azules, pero que se equivocó en todo lo demás. Porque aún te miro y tiemblo. Porque vuelvo a veces al baúl de los recuerdos, y se me empaña el alma. Míranos y huye, porque eso es lo que hacemos. Corremos de nuestro destino, que nos persigue, pero tú sólo corres si es detrás mía, y quiero que me alcances y me expliques porque la vida nos dio caminos tan dispares. Tan lejanos. Y cuéntame también porque te tengo en frente y siento que no ha pasado el tiempo. Que se detienen los segundos si queremos esta noche. Y yo te beso. Míranos y cuenta los centimetros que no existen, los besos que no nos dimos, las ganas que no resisten, los días que no contamos. Y corre, corre contra todo, lo que se te ponga por delante. Y embiste. Embiste los problemas que nos vengan, los obstáculos que nos detengan. Y destruye, destruye los miedos que aparezcan, el mal de las alturas y reconstruye. Sonríe, y luego, míranos.
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